Espigada vagabunda de Persia. Aliento de dragón
y canela. Ya no sabes hasta dónde va a llevarte la herida. No temas. Va a ser
dramático. Tan perverso y dulce que no podrás resistirte. Anne se enamora del
dolor y escribe, escribe, escribe sin parar. Tiene 20 años y está en el Berlín
de 1924. Se cuela en las habitaciones tanto de artistas como de aristócratas.
Siempre buscando un refugio. Una sucesión de amantes y bohemia como una
respiración profunda entre sus contradicciones y sus renuncias. Escribe,
escribe, escribe. A veces cosas que no quieren ser escritas pero que ella necesita
expulsar de sí y las expone con la autoridad que concede un interior sórdido de
arrebatada vulnerabilidad. No estés triste. No estoy triste. Estoy casi
dolorosamente feliz. Salen de mí luminosos hippies llenando de guirnaldas la
calle con su canto a la tierra. Iluminada beatitud, vertiginosa, terrible y
libertadora. Es real, todo lo que intentas no creer, es real. La realidad es
inevitable, inmune a nuestra sangre, imposible de detener, es infranqueable. La
cámara sigue grabando. Esa es mi mayor lucha y demonio, la cámara ante la que
no cedo, sonriendo sin descanso a su lucecita roja. Aprende a despedirte. No
sabes hacerlo, no sé si te has dado cuenta. Y escribe, escribe, escribe. Siempre
rumbo a tu propia sinceridad, tu verdad, sé genuina y visceral, eso es lo que
siempre te quedará. Sigo quedándome en silencio en los bosques, bebo la magia
verde de Rimbaud y fantaseo con la mirada de Pete Doherty. Me alivia que Patti
Smith siga viva y sueño con haber jugado a "si yo fuera una flor" con
los surrealistas. Sueño que encontraré aquí con quién jugar- si yo fuera una
flor-. Tras el vértice de la espina, hay en mí un amor real y honesto. Y estoy
aquí, con mi amor-verdad. Estoy aquí y estaré siempre.
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