30.3.18

A Sara le gusta que huela a lima.

Son casi las 8 y se apoya la cena en el suelo del salón.
Falafel, lima y cilantro.
Ay de mí si hubiera sabido memorizarte ayer,
ayer parece tan felices como criaturas imposibles.
Pacientes con nuestras miserias,
bellos en nuestra inocencia.
Y qué podemos hacer frente al comienzo de todo si es el deseo
y los deseos de ayer ya no existen.
Nuestros titubeos de los 90,
vaqueros con parches en las rodillas.
Enamoramientos en falso,
enamoramientos inconscientes y reales,
tiernos como las galletas.
Tú me contabas sin parar y yo lo visualizaba todo
como si quisiera atrapar ese pasado tuyo
y jugar a que te conocía desde siempre,
a que éste presente beatífico que exprimimos ya existió tantas veces
que cabe la esperanza de que no deje de existir nunca.
Falafel, lima y cilantro,
hacen surcos en el suelo:
los esfuerzos de los momentos que se construyen hogar.
Me gustan los pijamas y las naranjas las mañanas de domingo.
Puede que esa sea mi única estampa posible de futuro.
Huyo de las lágrimas y de la muerte como sólo los locos saben hacerlo.
Los niños colocan cada noche las estrellas para alumbrar a los mayores
desde balsas mágicas de náufragos jamás heridos.
Te querré tan profundamente que desaparecerá todo rastro de oscuridad porque,
ay,
el amor es el amanecer,
es la luz o no es nada,
el amor es a pleno pulmón y con las cortinas arrancadas.


A Sara, hermana-heroína, por salvarme de los peligros del bosque incluso cuando sueña. 



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