De dónde vienes como
si la vida simplemente fuera inevitable.
Del río y su ciclo
eterno.
De ahí vengo, de
empaparme los pies en su metáfora.
A la vez está
naciendo y llegando inmenso a un mar.
A la vez está
recorriendo los cielos y creando cauces nuevos.
El río
demostrándonos que
TODO ocurre a la vez.
Que nuestro invento
del tiempo
es un juego de
duendes tomándonos el pelo.
Hay una fiesta
astronómica en nuestro inconsciente.
Es ajeno a la
contradicción,
allí puedo quererte
y olvidarte
a un tiempo y a nadie
le chirrían los dientes.
Es ajeno a la
negación, todo existe...
¿puedes imaginar un
lugar así?
Despliega tus
sentidos hacia el interior
y descubre ese
desván ajeno también a la palabra.
Todavía recuerdo el
metal frío en los labios
de aquellos años en
que intenté aprender la harmónica.
Todavía recuerdo
pretender una casa con el suelo de arena
y que alguien me
dijera
"¿cómo se
mantiene limpio un suelo así?"
¿Cómo se mantiene limpia
la conciencia?
¿Y para qué se
intenta?
¿A qué ha venido tu
risa al mundo si no a romper jaulas?
Un paraíso de juegos
las inhóspitas vivencias de la realidad.
Comprender la sombra
de una desesperación ahogada asomando
el primer día que temí
perderte,
me abrió la mente a
un camino de libertad
más inmenso
del nunca antes
conocido.
Liberemos al amor de
cualquier atisbo de necesidad.
Y a la vida de
nuestras ansiedades.
Saboreemos las
dimensiones de nuestro espíritu.
No olvidemos que lo
abstracto habita lo terreno
y abrazar lo uno sin
lo otro es un juego a medias,
una naranja
preparada para secarse.
Mécete en el regazo
de Pachamama,
en la realidad de la
tierra y la hierba,
y ese amor te traerá
el vacío y sus estrellas.
El síntoma del
aniversario,
delirar para
resolver un conflicto,
unir dos polos,
lo no simbolizado
lo no conectado.
No me creáis cuando
os diga que no tuve otra opción.
Claro que la tuve.
Pero elegí esta.
Aún tengo otras
opciones y sigo eligiendo esta.
El tranvía
siempre está
dispuesto a aparecer si cruzas desnuda sus vías.
Solo tienes que
silbar.
Silbar y subirte,
recorrer en su
regazo de metal el mundo.
Pero yo decidí
quedarme a observar
tomar notas que
nunca me traspasaran.
Diseccionar con la
mirada el mundo
para escudriñar con
la racionalidad
de quien busca el
sentimiento entre la ciencia de las neuronas,
negando con
pragmatismo el romanticismo del alma.
Y a la vez, esperar
un resquicio en el
que todas las pruebas sean inconclusas
y siga la magia del
misterio dándole calor al adentro.
Ese resquicio que es
un umbral empapado de hiedra
y los viejos del
lugar bien lo llaman poesía.
Me marcho
a la isla de los
niños perdidos.
Si dejas entornada
la ventana volveré,
te lo prometo,
volveré cada noche
desde la tercera estrella a la derecha,
haré volteretas
volando por tu techo para hacerte reír
para que creas que
sí, que al final me salvé.
Reventemos a
cosquillas el desierto.