Tengo un molinillo blanco que gira despacio
atascado en su
propia inestabilidad
jugándose unas ganas
nuevas a cada tacto
sabiéndose torpe y
sonriéndome
reflejándome la
sonrisa
encendida en cereza
recordando juntos
el temblor que
disimulé mal cuando noté tu respiración cerca de mi cuello.
Me habita una loca
emplumada
que se cree apache
de piel roja bajo el sol de un bosque que ya no existe.
Que se cree capaz de
hacer burlas tontas y salir bien parada
como si la vida
siempre perdonara.
Es una cría
asalvajada que no descarta vivir algún día en los árboles
y que se ríe de mi,
de toda la timidez
que me trago a diario,
del titubeo que
escondo cuando intento alterarte
y de que pueda ser
la mujer más torpe del mundo cuando me miras con la ceja levantada.
Ruedan mis instintos
por un mundo a tu tacto
y mi mente tras la
tuya desplegada en su descubrimiento,
buenas noches de cosquillas naranjas.
Siestas largas de
caderas y manos,
para luego
esconderte las guerras tras el café por las mañanas.
Que sí, caray que
claro,
claro que la vida puede ser maravillosa.
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