Echar a arder el dolor es tan fácil cuando la
luz juega a revolver las hojas del invierno.
Cuando la luz te
recorre las inmortalidades que te habitan
sólo con un tacto
leve pausa de aire roce sagrado.
La luz que fue
fluor directo a la psicodelia
regó lienzos con
vino tinto y amapolas.
Se atrevió con la madurez que da la tierra cuando llevas años
pisándola
descalza.
Fugaz en vuelo rasante por tu vida.
El parpadeo de las luciérnagas,
así de tierna es la luz.
Y tan libre como las entrañas de las nubes.
Encendiendo de lumbres un iceberg flotante.
La luz
imantándome las
articulaciones de la mente.
Devolviéndome las montañas donde una parte de mi siempre quiso vivir.
La luz jurando que no existe el tiempo.
Cargándose con una risa la tristeza del mundo.
La luz si, la luz riendo,
rodando entre el
jugo de dientes de león.
La luz que se sabe y se deja saborear pasado
pero siempre cada
mañana
recién nacida
saltando de la cama.
Una electricidad distinta en la punta de los dedos.
La luz
que grita con la
rebeldía de las almas gamberras justicias vivas.
Que derrama sobre los ojos realidades nuevas venidas del inconsciente del cosmos.
Te enseña el olor del polvo de las galaxias.
Te besa con el tacto de los planetas y la realidad de toda la humanidad.
La luz que tiene los ojos oscuros.
Nada de esto sería importante si no supiera
si no tuviera la certeza
de que existe, en
serio.
Que en alguna parte respira la manera de abrir las mil ventanas ciegas del Moloch de Ginsberg.
La luz se marcha contigo.
Y la luz se marcha sin ti.
Pero siempre te
calienta el pecho con la nana que dejo al pasar.
La luz
Amores imposibles
de lima y vainilla
Inevitables
Como derramar
junglas sombrías.
Caminar con la alquimia del deseo secreto.
Encontrarte luz
encontrarte.
El acierto de una vida de búsqueda.
Una explosión de hojas de palmera.
Olvidar luz olvidar.
Amar luz amar.
Compañera siempre en un tipo nuevo de ausencia.
Luz secretamente
tatuada.
Amor imposible de lima y vainilla.
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