30.3.16

Pez ciego II.

He de reconoceros que envidio la magnífica belleza de vuestras vidas. El hecho de que tengáis un corazón latiendo, los asombrosos enjambres de sueños con que extendéis la mente tras una merecida libertad. Ah... ¡el hecho de que améis! Eso es lo que con más satisfacción robaría del arsenal de delicias de vuestra existencia. Por eso estoy con Sara. Porque está sola, una soledad extraña y absoluta. Siempre se sintió a la caza de un dios distinto al resto, recibiendo un abandono tras otro como si las personas a las que amaba fueran prescindibles piezas de una maquinaria que giraba sin contar con ella. La niña fue vendida, manoseada y maltratada. La adolescente tenía las ojeras de quien huye sin noches de descanso, ella misma se puso en venta con los años conociendo los voraces misterios de la noche como si nunca temiera nada. Tenía carácter, una fuerza insólita. Y era tierna, como la palabra revolución en la boca de un niño. Para Sara, los dramas no eran más que una burla continua frente a la que acudía con su mejor gorro de bufón dispuesta a estrellarse. Y de cada golpe salió una carcajada viva. De cada tartazo en la cara una dignidad por nadie comprendida. Tal fue su loca ceremonia que hasta la propia vida aplaudió y salvarse fue el amor libre entre la lima y la vainilla. Díganme, ¿quién puede entender la vida? ¿Y quién no va a querer seguir intentándolo?

Encontrarte, luz,
encontrarte.
Olvidarte, luz,
olvidarte.
Amarte, luz,
amarte.
Luz secretamente tatuada.
Amor imposible de lima y vainilla.  




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