30.3.16

Tuve fiebre el día de la superluna.

Me siento como el millón de cristales rotos que, bajo la luz del amanecer,   
iluminan el escenario de una fiesta agotada. 
Brillando en mi ruptura, 
creyéndome una  estrella en el asfalto.
Llego a casa alucinada y débil,
extraña y tan rotundamente yo.
Embriagada de néctares oníricos.
 
Embriagada hasta la fiebre de sueños.
Pensando en ti hasta la fiebre.
 
La tiritona me arrastra como un río caliente de pensamientos furtivos.
Me enredo en la almohada como quien se agarra a una desembocadura pacifica.
Me invaden tus imágenes de una forma borrosa, intensa, tangible.
Nadaría frenética hacia ellas y las besaría una a una,
 
pero me falla el cuerpo doliendo sus inviernos.
Me invaden tus imágenes alejándose despacio hacia las arenas del teatro,
y yo aferrada a mi anclamiento como un público cobarde.
 
La piel desprende un calor constante que sube como una nebulosa a la mente,
 
como una niebla instalada en la razón
dejando un desfile de deseos por mi techo.
Humanos pequeñitos descansamos por las islas del mundo alzando besos de palmera a palmera
una bandera ingenua de amor llamándote
queriendo despertar descarada tu atención.
Y entiendo que te estas filtrando dentro de mí 
sin darte cuenta
sin darme cuenta.
Asumo tu imposible y me dejo inundar
 
alegremente y sin sentido
embriagada de néctares oníricos.
 
Pensando en ti hasta la fiebre.






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