30.3.13

A la sombra de la escombrera.

Desear con todas nuestras fuerzas
encontrar rincones de luz
entre escombros de un mundo desterrado.
un mundo de seres desterrados,
de luces de neón llenas de mugre
parpadeando sus últimos fogonazos.

Le dolemos a la Tierra y la enfermamos,
y sin decencia nos creemos
con derechos sobrenadantes
a los de otros co-habitantes de este planeta,
llamados menores en inteligencia o sentimientos
sólo porque no tenemos ni idea
del idioma tras los arrullos de los gatos
o el canto de los delfines.

Poder resumir las noticias
en un inmenso "GAME OVER"
y salir corriendo repartiendo relámpagos rojizos,
como las ardillas cuando corren bajo el sol,
sólo que los nuestros están hechos
de señal de prohibido, de aviso de peligro,
de pánico.

Miro la estatua del ángel caído,
su silueta de alas rotas.
¿Cuántos niños directamente nacen
en los infiernos que hemos creado
sin haber cabreado a ningún tipo de dios?
En nuestros periódicos las alas infantiles se deshacen
entre casas desahuciadas, esclavitudes,
hambrunas, sed, fiebres, bombardeos
en la noche Siria dejando atrás el hogar
y la escuela y el presente y el futuro.
Terrores estremecedores,
inocencias arrancadas.
No hay juegos de magia
ni cuerda con la que trepar a la luna
cuando pisan sin zapatos
fangos ácidos y contaminados.

¿Cómo puede ser que en cada ciudad
la historia, antes o después, haya dejado
varios "monumentos a las víctimas"?
Menos en aquellos lugares donde
las víctimas son tantas...
que se llaman "ciudadanos",
si se les llama de alguna forma.

Para muchas personas
la tierra prometida, la de las grandes oportunidades,
es la misma del país que les roba los recursos
y les sume en la pobreza.
Sigue habiendo mujeres
que sufren las calamidades de ser "nada"
mientras sostienen todo el peso de la realidad
en sus hombros y le rinden batalla.

Sigue habiendo hombres y mujeres,
padres y madres,
que ven arder el pedacito de tierra
con el que alimentaban a sus hijos
y luego sudan labrándola
por las miserias que les dé
la misma multinacional que les echó
entre cenizas e impotencia.

La salud y la educación
pasan al mejor postor
y a tu buzón llegan
con "factura de hipoteca y a callar",
que menudo derroche que todos
pudiéramos superar la enfermedad
y tener la llave a un futuro.
Muere un joven sin oportunidad de otro destino
por un decreto inhumano y les parece exagerado
que lo tachemos de apartheid sanitario.

¿Cómo confiar en un mundo
donde no se salvan primero los niños?
Por ellos precisamente.
Por cada una de sus risas entre juegos.
Porque ahora, en algún lugar de un campo de refugiados,
un niño recibe un lápiz y un cuaderno
y bailan dichosos sus ojos
como esponjas por la pizarra.
Porque ahora, en algún lugar de Madrid,
un animal abandonado encuentra un hogar
y la naturaleza, pese a todo, sigue explosionando vida
y flores de hielo árticas como estrellas en las aguas.
Porque nuestro sino es ser poesía infinita,
le pese lo que le pese a los seres petro-dolar.

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