Llenad la
realidad con resacas de sirenas de alarma.
Haced calles
repletas de luces de neón
que sólo
sepan parpadear
y llenarse
de mugre y sangre
con nuestras
decepciones y miserias.
Poned un
cartel que diga:
"no hay
vino, ciudadanos, sólo cebollas".
Atacad la
vida ajena
con vuestro
epitafio a la libertad.
Mientras él,
entre aplausos,
con sus tacones
y bucles pelirrojos,
quema
vuestras rasgadas vestiduras.
Meted toda
la verdad, si es que existe, en un bunker
y que os
baste una respiración para encender la mecha.
Que nada se
oiga fuera,
bajo tierra
demoledor y silencioso
todo se
manchará de hielo
con ese
brillo suicida de algunos inviernos.
Mientras
nosotros con las orejas rojas
y el
moquillo colgando,
nos
miraremos al espejo,
le
repetiremos a nuestras ojeras que lo prometimos,
dijimos que
siempre jugaríamos
transparentes
y sin miedo,
que nos
empaparíamos de cada lluvia del planeta,
que nos
salvaríamos a colores.
Siempre tan
transparentes como niños,
gamberros,
alegres y tiernos.
Queriéndonos
como cachorros de la misma camada.
Así que
disparad cuanto queráis,
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