Desde Madrid, mirando al cielo,
sólo hay estrellas de neón
guiando los naufragios nocturnos.
Y así pasa, que ni un lucero del alba tenemos
para devolvernos al hogar.
Los besos no dados son mordiscos
atenazando nuestro corazón ansioso.
Antes, sumergía mis soledades en besos sin nombre,
sin inicios ni bienvenidas,
sólo un paréntesis donde desatar tempestades
un pedazo de otro alguien
en quien enterrar por unos minutos
mis ridículas margaritas.
Y es que es así, nos guste o no,
desde Madrid no se ven las estrellas.
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