30.3.13

Ngona jua (Baile sol).

Comienza el olor de los ollejos de aceituna.
Una tierna luciérnaga brilla en el camino.
Se ríe y se canta en la noche de la placeta
que sabe así a gloria el ron con limón y hierbabuena.
Resuenan poemas a la entrada del cortijo.
Los ojos se pierden entre incontables estrellas.

Recorrer con el caballo a pelo
los caminos de olivares
imaginando fugas de amantes
entre los campos y la noche.
Recoger fruta tibia y madura,
directa del árbol a la boca.
En ese río había unos años atrás cangrejos.

La tarde avanza tiñendo
de rubores y anaranjados colores
a la sierra que, desde aquí,
es la silueta de una mujer tumbada.
Bella dama de roca, ¡duerme!
que revolucionan el atardecer
el piar de cientos de pájaros
buscando un nido donde cobijarse.
Y se encienden los sonidos de la noche
en el jardín donde las espérides
custodian un romántico manzano.

Bien entrada la noche
aparece un resplandor en la silueta de los olivos,
nace la luna con su embrujo,
se detiene el tiempo y el latido,
mientras ella se aleja del horizonte
de terrones de tierra apasionada,
huye de nuestra sangre cautiva,
quedando suspendida en su jardín de luces.

Volar por el paseo subida en una carretilla
y derrapar en la placeta
donde perros y gatos danzan tranquilos
y suena el agua del pilarillo.
Sabor a infancia como la torta de chocolate.
Un niño cuenta hasta 50 despacio
(o 100 deprisa)
mientras se multiplican los escondites
en la casa eterna de lumbre,
fotos antiguas y magias somnolientas.

Desde el Generalife se mece y oscurece Granada.
La guitarra, el cajón y las voces flamencas.
Taconeos rabiosos de fuego y pasión.
El duende y el verso de Lorca
retumban en el Albaicin.
Podríamos enamorarnos a orillas del Darro
y que el Paseo de los Tristes
testificara nuestra redentora fortuna.

Rayos de sol y algas.
Gaviotas y palmeras desperezándose.
Desenredar con calma artesana
el hilo de la caña de pescar.
Una niña baila música de los lejanos Andes
en el centro del gran balcón
en el que rompen las olas.

Bañarse desnuda por la noche en el mar
mecida por el agua oscura y fría,
cielo de luna abandonadora y, entonces,
¡una estrella fugaz!

Que estos bucólicos versos
encierren un inmenso amor
a vuestras sonrisas que "hasta pronto" despido
cuando el coche me aleja por el camino de cañas.
Las mismas que llenan de belleza
los olivos tricentenarios
que rozan las nubes.
Ríen el millón de estrellas hechas de Uni-Verso.




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