Decidí ser un descampado de muros caídos,
paredes amadas por las fauces del tiempo,
una plaza de ruinas,
un teatro callejero.
Decidí ser un rincón roto
donde nadie se sacudiera, antes de entrar,
el barro de los zapatos.
Donde brote naturaleza en total anarquía.
Un espacio donde experimentar descalza
atrezzos de cientos de imaginarios.
Entre ruinas,
ningún latido es disonante,
todos son el sonido más dulce
capaz de espantar nuestras tinieblas.
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